“A los jóvenes les
pido su entusiasmo, les pido su astucia, les pido su coraje…”
—Luis Donaldo Colosio
Murrieta.
Es el miércoles 23 de marzo de 1994, salgo del colegio. Esa tarde-noche, la viviré diferente a las demás. Camino a la esquina. El autobús se acerca, observo que mucha gente entra silenciosamente a la iglesia, es una marcha por parte de los militantes del partido revolucionario institucional.
Ya tengo listo dentro de mi bolsillo, en mi mano, el cambio que escogí para pagar el camión. Observo las puntas de mis zapatos, levanto la mirada y camino con lentitud hacia donde está la misa.
El sonido de las campanas hace estremecer a toda la gente que está entrando a la catedral, el sol casi oculto resalta más el frontispicio estilo barroco. La iglesia está atestada en la misa por el fallecimiento del candidato a la presidencia de la república mexicana, Luis Donaldo Colosio Murrieta.
La voz del sacerdote se multiplica por las bocinas ocultas:
“…hombre noble, padre
de familia, perteneció a los hombres de los nuevos conceptos, él quería el
progreso de nuestra patria, buscaba justicia y paz social; dio lo más hermoso
que es la vida…”
Hay mucha gente que no puede entrar, está llena la explanada.
Hay llanto y miradas tristes. Muchos sienten como si hubieran perdido un
miembro de su familia. La gente se identificó con quien se definió a si mismo
como un mexicano de raíces populares. Los militantes del PRI se sintieron
orgullosos de su candidato con principios. Ahora está muerto.
Tropiezo con una joven que lleva una cartulina con la
inscripción de un mensaje y lo leo:
Ustedes, como jóvenes
que son, quieren “el bien, enderezar al mundo”, como dice el poema de Octavio
Paz: “Que no les falte entereza y que no les falte humildad. (Colosio)
Me retiro del lugar, llego a mi casa, entro y cierro la
puerta detrás de mí. Prendo el televisor y escucho la voz de Jacobo Zabludosky
en una programación especial de televisa. Vuelven a repetir una vez más la
imagen y la voz de Liebano Saenz que anuncia públicamente la muerte de su gran
amigo.
Entro a mi cuarto iluminado levemente por la luz que entra
por la ventana que da la calle, me tiro en mi cama, hundo mi cabeza en la
almohada mirando hacia el techo, mis ojos abiertos ven el techo y pienso que
las balas de odio, rencor y cobardía pudieron acabar con su vida, pero no con
sus ideales. He decidido pertenecer al Partido Revolucionario Institucional aún
sin tener mayoría de edad.
Años después viviré tres etapas del PRI: el partido rígido y
hegemónico, el que estará atento y
propiciará la alternancia, y el que renovado liderará a México una vez más, buscando hacer de él, un
lugar prospero y seguro.
(En memoria de Luis Donaldo Colosio Murrieta, mi gran
inspirador en la vida y la política)
y también sus verdugos, comparto la admiración por el hombre y sus ideales.
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