El fanatismo nacional que se ha vivido en los últimos seis
años y que se incrementó durante las campañas electorales es preocupante.
Cualquier mexicano tiene derecho a creer lo que se le venga en gana, pero
cuando se cree que estas ideologías son perfectas utópicas, aparece el
fanatismo y luego la violencia.
En México ya es un problema social el fanatismo de la
extrema izquierda (Pejismo), que
muchos no lo quieran aceptar; es otra cosa, pero es una realidad que no se
puede negar. Este apasionamiento ya echó raíces en nuestra sociedad. Los acontecimientos
de criminalidad, intolerancia y bestialidad que se han suscitado pueden
agravarse. Ayer lo vimos en Michoacán con sindicatos y grupos afines a esta ideología.
Ignorar este problema no lo resuelve. El fanatismo destruye
familias, amistades, e incluso provoca muertes. Los fanáticos no tienen
capacidad de razonar, aceptan la verdad
de sus líderes y la defienden sin
argumentos. El problema es que cualquier ideología opuesta los hace consolidar
la ya aceptada. Quien no comparte sus pensamientos es un enemigo del pueblo, un
vendido o un lamebotas.